lunes, 18 de julio de 2011

El Rugido del león

Relatos tipográficos

Por Olcar Alcaide
1º Parte

Leandros Kleio Gónatas era un muchacho tímido, introvertido, pero de convicciones firmes, nieto de emigrantes Griegos provenientes de Eritrea (1) había nacido en las laderas de la ciudad de Cumae, (2) un 12 agosto, día de celebración en honor a la diosa egipcia Isis.
Pesaba sobre sus espaldas bronceadas el tórrido calor del verano solo aliviado por la brisa suave que provenía del mar Tirreno, pero lo agobiaba aún más un augurio de la Sibila Deífoba (3).
Según le contó su padre, a su nacimiento, la Sibila le predijo un futuro prominente “Ve tras la perfección de los signos, de sus formas obtendrás la sabiduría”. Recordaba la tradición e historia de su pueblo, del oráculo de Delfos y su relación con Apolo. Quería triunfar, alcanzar la gracia de los dioses, pero como hacerlo desde su condición de lapidista, oficio que practicaba su familia por generaciones sin recibir mayores honores.
A su corta edad de 16 años, ya había desarrollado una excelente técnica de dibujo, tallado y pulido de ornamentos y figuras para metopas de templos y lápidas funerarias. Trabajaba junto a su padre en la necrópolis de puerta Nocera en Pompeya, donde Leandros comenzó a manifestar una devoción especial por las letras.
Su posición social y cultural era buena lo que le permitió tener contacto con personalidades como Plinio el Viejo (4) con el que solía mantener largas conversaciones de distintos temas. Los que más le atraían eran los referidos al origen del alfabeto. Plinio le contó que un gran número colonos provenientes de Grecia fundaron numerosos ciudades llamadas en su conjunto “Magna Grecia” Y con cierto tono coloquial aseveró » Aproximadamente 600 años antes se esparcieron por todo el sur de la península, entablando una fluida comunicación e intercambio cultural y comercial con los Etruscos, establecidos más al norte y con otros pueblos que ya habitaban esas tierras ».
En algún momento mencionó sierta misteriosa tablilla Marsiliana llamada ABECEDARIUM, anterior a la fundación de Cumae, que contiene una variante de la escritura Etrusca arcaica (foto 1) muy similar a la Griega occidental, y la inscripción en la Copa de Nestor (5) de la misma época, rey de Pylos, citado por Homero en la Ilíada.

La tarde caía en el puerto del Pireo. Desde las colinas de Puteoli se podía observar el descanso de la poderosa flota naval de triremis amarrada en el muelle, la conversación lo había entusiasmado y deseaba conocer mas sobre la escritura, sobre esas formas tan particulares que representaban
el lenguaje hablado y el sonido de las palabras.
Al día siguiente en Ercolano y Pompeya se dedicó a observar y clasificar meticulosamente las diferentes formas de la escritura, consciente de que coexistían simultáneamente y de modo natural, distintas representaciones del mismo alfabeto. Así llego a definirlas por mayor o menor grado de riqueza técnica y expresiva. Por la manera de ejecución, por los instrumentos y los soportes empleados.

En primer lugar estaban las Capitales Monumentales, escritura lapidaria usada en mensajes cortos y honoríficos en tumbas, templos, teatros y arcos triunfales (foto 2). Estas letras majestuosas estaban inspiradas en la concepción filosófica Helénica de la belleza, de armonía, ritmo y precisión que tanto amaba Plinio. Sus proporciones y estructura se basaban en la síntesis y regularidad de las formas geométricas más simples, el círculo, el triángulo y el cuadrado. Sin duda eran sus preferidas, talvez las mas difíciles de dibujar y de relacionar un signo con otro, pero firmemente apoyadas gracias a sus terminaciones. La delicadeza de contrastes entre trazos finos y gruesos, de líneas rectas y curvas empalmadas orgánicamente le otorgaba solemnidad con elegancia y sensible plasticidad.
Construir una letra así no era tarea sencilla, requería una gran destreza, habilidad y experiencia. (foto 3) Previamente, se trazaba las dos líneas guías paralelas de base y altura, luego se dibujaba con una placa de tiza, carbón o con pincel de punta plana, para luego grabarlas con cincel en forma de cuña. Los bordes de las letras no constituían ángulos de 90º, sino que debían tener un filo ligeramente curvo para crear un borde menos profundo, de modo de permitir mayor resistencia a la erosión y facilitar el juego de luces y sombras.
Muchas veces eran talladas sin dibujo previo de acuerdo a la habilidad del lapidista, y se pueden distinguir numerosas variantes producto del voluntarismo formal de los autores.